Vaya por delante que, si Pablo Iglesias ha reconocido el error de este cartel, es de agradecer. Eso puntúa. Pero no es suficiente. Porque como se les exige a otros políticos que han pedido excusas por sus fechorías, con el perdón no basta.
Este cartel pareciera hecho por el peor enemigo de Iglesias, pero no. Es fruto de una manera de entender no solo la comunicación, sino las emociones, la imagen, el capital simbólico de algo. En este caso de alguien. Y esa imagen – me recuerda a algunas estampitas hagiográficas- está cargada de poder, de machismo y de caudillismo de saldo.
Me pregunto por qué alguien, con el beneplácito de Iglesias, imagino, hace esta campaña de vuelta. En plan libertador, en tono mesiánico salvador. Y me pregunto por qué anuncia su vuelta. Como si ésta fuese necesaria para algo o para alguien. Y me pregunto si vuelve de algún sitio al que se fue y ahora ya no volverá conflictivizando así ese destierro paternal y santificando su retorno. Y me pregunto por qué anuncia su vuelta redentora justo el día antes del mayor evento feminista del año. No me gusta ni el cartel ni la sola idea de hacer un cartel para anunciar la vuelta. Eso lo hacen los egos inflaccionados de moral al por mayor como mercancía de intercambio de la cual dependen. Sabedores de su revolcón populista. No me gusta ni siquiera como equivocación. Porque insisto, no es que la izquierda deba dar señales inequívocas de coherencia, ni siquiera eso, ya solo me conformo con que tenga sentido común. Para que vuelva enhebrar el hilo rojo de la historia.
Quien ha diseñado esa campaña vive de lleno en eso que Eva Illouz ha llamado el capitalismo de las emociones como mercancía.
Podemos vuelve a dar la nota. Una mala nota. Y contribuye así, y me jode decirlo, al alejamiento de esa masa critica cada vez más huérfana de referentes simbólicos a pie de obra.
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