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A toda pastilla

La extracción de la piedra de la locura

Alprazolam, Loracepam, Diacepam, no son una banda de hermanos, tampoco apellidos raros. Son arte y parte de nuestras biografías hechas girones. Nos  esperan ahí, en medio de la noche, cuando los demonios bailan en medio del sueño. O cuando al salir de casa sentimos  que la vida es un montón de chatarra acumulada. Y es que sin esas partículas de benzodiacepinas de alta potencia, muchos no arrancaríamos el día. Porque pareciera que vivimos extraviados en nuestros propios laberintos. Y es que según datos del Observatorio de Salud Comunitaria de Navarra, nos dopamos mucho. O eso parece. Las mujeres navarras el doble que los hombres. De ellas, casi un 18% recurre a ansiolíticos  mientras los hombres lo hacemos  un 8%. Por otro lado, casi un 25% de las mujeres navarras sufre trastornos mentales en algún momento de su biografía. Dicho así, pareciera que esto es cosa de cada cual, de su desajuste privado, de sus neuras. Como si las relaciones sociales, de producción o de género; como si el paro, la precariedad,  la exigente individualización de los deseos,  las expectativas ante los proyectos de vida, los horarios salvajes, la inseguridad vital, la dualización social, la costosa conciliación, la autoresponsabilización o la autoinculpación por cada gesto involuntario fueran ajenos a ese malestar social y político pero individualizado y desocializado. Como si nuestras vidas, a veces muy jodidas,  medicalizadas y psiquiatrizadas por orden de las multinacionales farmacéuticas y los discursos clínicos hegemónicos, fueran ajenas a la dominación poscapitalista que encuentra en la medicalización un excelente aliado para privatizar  y despolitizar tanto dolor social.

Una vez le pregunté muy  preocupado a mi psiquiatra por mi largo tiempo en el paro. Tu de momento, me dijo,  sigue con los antidepresivos. Más  adelante ya veremos. Pero yo no entendí aquel consuelo para un malestar tan común.

Artículo publicado en noticiasdenavarra.com el 15 de enero de 2018. Este mismo día, en 1831, Victor Hugo terminó de escribir Nuestra Señora de París.

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