La turismofobia ha sido la palabra del verano. Una
sugerente idea con la que jugar en cada informativo. Pero ante todo es una
palabra viciada. O construida con toda la intención influyente del discurso
hegemónico. Ese que se amasa en las factorías mediáticas que evitan
nombrar el malestar real del día a día. Porque ya no se habla de lo que
realmente pasa. Hay un uso intencionado del lenguaje que convierte la vida en
una sátira degradada. Como alguien ha dicho, hay una burbuja inflacionista del
parloteo. Y la turismofobia, como otros palabros artificiales, se
ponen en funcionamiento para travestir las cosas reales. O para criminalizar
otros conceptos y generar adhesiones indirectas.
Y es que
echar mano de esta palabra-tótem, ha sido un recurso comunicacional e
ideológico con claras intencionalidades. El PP, y los grandes medios, la ha incorporado a su cartera
comunicacional como afrenta y desafío al glorioso PIB estatal. Ese del que
don Mariano viene comiendo caliente cada día que le dicen que ha subido no se
cuántas décimas. También el PP la ha comparado con la kale borroka, criminalizando
así cualquier acto opositor al turismo
masivo e invasivo tras los ataques a los autobuses en Barcelona. seguir leyendo en GARA
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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ResponderEliminarComo ex trabajador de la hostelería, no puedo sino compartir tus análisis y manifestarte mi agradecimiento por la defensa obrera que desprende tu artículo.
ResponderEliminarLa cuestión del turismo tiene un trasunto económico evidente. No hay más que darse una vuelta por Carlos III y apuntar las tiendas que operan en la Zona Comercial VIP para darse cuenta de que no hay ninguna competencia real con el top manta. Por otra parte, la cuestión del reflujo de turistas en los sanfermines puede estar simplemente motivada porque muy pocas personas aguantan económicamente un minuto de encierro a 150€, más un hotel a otras 150 € la noche, más menús de 35€ como mínimo y cubatas a 8€, etcétera, etcétera, durante 9 días; mientras que los camareros y camareras extras no tinen contrato o, si lo tienen, no ganan tanto como en proporción la ganacia que sacan los grandes bares. Un saludo.
Gracias por tu reflexión y aportación, un saludo Bittor
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