En aquel reino, las
alcantarillas de desagüe estaban anegadas. Durante años, siglos quizás, la
clase política había infectado los sumideros por donde políticos corruptos,
periodistas de pesebre asegurado y usureros de misa diaria, ocultaban sus
patrióticas golferías. Aquel reino en bancarrota navegaba a la deriva desde
hacía tiempo. Pero a nadie parecía importarle salvo a los ahogados en las aguas
de la pobreza. Y eran casi trece millones los que perdían la vida en el cáñamo
de la fatalidad. Pero daba igual. Porque allí la verdad yacía muerta en los
tribunales de Justicia convertidos en barracas de feria. Allí, la precariedad
se había convertido en el mejor antídoto para gobernar a esa turba confesada
por cardenales negros. Allí, las palabras dormían mudas. Sonaban a hueco.
Vaciadas de sentido giraban muertas de
risa alrededor de un acantilado de renuncias. Allí, llamar a las cosas por su
nombre, nominar a los corruptos y cantar las cuarenta a la Corona, se había
convertido en un pasatiempo que aburría más que sublevaba a la gente. Aquel
reino se mexicanizaba poco a poco sin que nadie, salvo una izquierda biempensante
y polimorfa que dominaba en algunos califatos, se inmutase. Pareciera que la
gente hubiera huido ante aquel espectáculo bochornoso. Y sí, se sabía que aquello tenía que reventar, pero la gente
desconfiaba de una nueva victoria. Porque aquellos desmanes les parecían tan
venerables como la fantasiosa evocación que producían. Así las cosas, nadie
entendía por qué no se asaltaba La Moncloa. Entonces un profeta dijo que a la
gente ya no le corría sangre por las venas. Que toda se había licuado en las
hogueras de la sumisión. Entonces, un relámpago recordó que se cumplían cien
años de aquella revolución que quiso romper los pilares del mundo.
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
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