Por fin esta ciudad se encara
con el mito y la tradición. Con el santo y seña de su identidad. Con la fiesta
de las fiestas sin igual. Con el “todos queremos más”. Con el exceso
predeterminado por defecto. Con el lábel del
jatorrismo ahogado en alcohol por vena. Con la catarsis pamplonauta que compite
con los carnavales de Río aunque acabemos en una cloaca. Por fin. Por fin esta
ciudad se cuestiona los sanfermines.
Este fin de semana, la asociación
municipalista Pamplona Orain ha querido ponerle el cascabel al santo. A ver qué
pasa. Porque los sanfermines, a falta
de otras socializaciones más reconfortantes, son nuestro consuelo, esa gatera por
donde nos tuneamos durante 204 horas al año. Esa tradición usurpada como bien
común y convertida en marca. De la fiesta alcohólica sin fin. Eso sí, bendecida
y avalada por una ética y estética tradicionalista que nos pone los
pelos como escarpias.
El reto adquiere categoría épica. Porque cuestionar el modelo de fiesta, de
ocio, de socialización sexista, de consumo, de sostenibilidad, de producción y
reproducción de roles, de uniformización y de expulsión, segregación y exclusión social festiva; es un ejercicio
intelectual de altura para una ciudad que ahora presume de roja.
Y es que, parece que ahora nos atrevemos a meterle mano al santo. A ese santo intocable que funciona como
tótem unificador de identidades
colectivas soldadas en falso. A ese santo-marca del nuevo capitalismo estético-sanferminero
al servicio del mercado y un modelo de
fiesta insostenible.
La derecha ha tenido arte y parte en esta deriva, sí. Era lo suyo. Pero la
izquierda, sin herramientas analíticas, no ha sabido cuestionar este modelo. Así que, bienvenida esta operación reflexiva sobre
nuestro karma y que el santo nos pille confesados.
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