Un
análisis racional nos dice que el socialismo español se enfangó en la ciénaga
del Ciudadanos, que no pudo o no quiso salir de ella, pero tampoco quiso romper
la cadena que los barones impusieron sobre el referéndum en Cataluña. Eso
bloqueó el pacto con Podemos y el resto de izquierdas periféricas. Pero un
análisis emocional busca culpables en todos los partidos sin excepción. El resultado
es que gana la antipolítica y la antidemocracia, porque la abstención se
avecina llamando a la puerta y la desconfianza en lo política gana adeptos más
allá del populismo. Ambas estrategias son las que presionan en el panorama a
corto plazo generadas por el cansancio, el aburrimiento y la poca lucidez de
los discursos, salvo raras excepciones. Y ese escenario, cansado y aburrido,
hay que levantarlo a pulso en un teatro político en el que las previsiones
-ante las próximas elecciones- no auguran mejores posiciones de negociación
entre aquellos que podrían optar por sacar al país del drama en que vive
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
Comentarios
Publicar un comentario