Alfredo Sáenz, un banquero engominado, aprendió desde muy joven a pegar dentelladas en los despachos bancarios. Él es uno de los tiburones con los dientes más afilados del Banco Santander. Este depredador neoliberal gana una pasta gansa: 120 millones de las antiguas pesetas al año, primas y seguros blindados aparte. Imagínenselo. El otro día, sin cortarse un pelo, dijo que había que desmontar el Estado de Bienestar. ¿ qué es eso? La posibilidad de que usted vaya al centro de salud sin pagar nada a cambio, que sus hijos tengan derecho a una educación pública y gratuita, poder disfrutar de una pensión digna, sea hombre o mujer, cobrar el paro cuando se quede sin trabajo, que a su madre, a su padre, o a usted mismo, le cuiden cuando no pueda ya garrear por este perro mundo, que sus hijos pequeños puedan estar en buenas manos mientras usted trabaja o que, a los miles de discapacitados alguien les proteja y trate de hacerles la vida más fácil. Esto, señores y señoras es el Estado de Bienestar. Un pacto entre el Estado y la ciudadanía. Una forma de entender la sociedad basada en los derechos colectivos y no en la buena o mala suerte de la gente. Este tipo, y otros como él, forman parte de la acorazada contra los derechos sociales de la ciudadanía. Su objetivo es claro: convencer a los políticos para que no inviertan en el Estado ni en el sector público. Con ello lograrán que este sector se desintegre y el mercado tenga las puertas abiertas para entrar a saco. Entonces, la salud, la educación, las pensiones, la atención a los mayores o el subsidio por desempleo, dejarán de ser derechos para convertirse en productos para quienes puedan pagárselos. El resultado de esa operación de cirugía social será una contrarrevolución. Una vuelta a la meritocracia, al tiempo de una sociedad fragmentada en la que los individuos sólo son mercancías. Esta es la hoja de ruta de la ultraderecha neoliberal, la madre de todas las ideologías exhibidas en las grandes superficies comerciales del espíritu. Ustedes mismos.
Posdata: Este artículo se publicó en Diario de Noticias de Navarra en noviembre de 2004, hace doce años. Pareciera que por aquel entonces las profecías cotizaran a la baja, o al alza, según se mire y cómo se mire. Lo que se parece cierto, desde la distancia, es comprobar como aquellos tiburones que ya apuntaban maneras en los océanos de la codicia, empezaron a darle las primeras dentelladas al este ya decapitado Estado de Malestar social que hoy padecemos
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