Mi carnicero, que siempre ha mantenido una excelente relación con su voto, dice que este año el alma le va por un lado y la cabeza por otro. Y que se siente infiel. No lleva bien la traición.
Mientras me ponía dos pechugas de pollo, me preguntó si yo lo tenía claro. Respondió por mí una mujer enjoyada. “Yo sí”, dijo con firmeza mientras pedía solomillo de ternera. La carnicería estaba llena y la gente empezó a animarse en un vivo debate moderado por mi carnicero que daba voz y vez. Una mujer dijo que ante el clima de desgobierno político, la resignación era la forma más perfecta del suicidio cotidiano. Otro vecino dijo que las circunstancias cambian de lógica, por eso hay tanto voto indeciso de última hora. Aquello no parecía una carnicería, sino un congreso de ciudadanía política. Una joven afirmó que si la política había sido infiel a la ciudadanía, qué menos que la gente fuera infiel a la política. Así que el transfuguismo, la indecisión o la confusión ante el 24-M, tenían su explicación. Entre pollos y conejos, otra clienta aseguró que la fragmentación del voto y la vacilación eran consecuencia de la saturación del mercado político. Como el mostrador de aquella carnicería. La gente, dijo, ya no se guía por las ideas, sino por la oferta que las mueve de un lado a otro. En aquel ambiente, mi carnicero infiel iba aliviando su culpa. Pero insistía en saber mi opinión. Mientras pensaba la respuesta, me vino a la cabeza el chiste de una joven cristiana que se dirigía a la Virgen María: “Oh, tú que concebiste sin pecado, ayúdame a pecar sin concebir”. Ese chiste, citado por Zizek, se puede interpretar como la licencia que nos permite disfrutar de la vida con impunidad. A veces me he aplicado esa receta. No sé si me servirá para estas elecciones.
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