Ir al contenido principal

Con nocturnidad y alevosía



Vivo con el ruido trepanándome la sesera cada fin de semana. Y sí, vivo en este Casco Viejo pamplonés convertido en un enjambre de bares gastronómicos, neotabernas de diseño y locales de juevintxo al por mayor. Pareciera que la ciudad se haya vuelto loca. Como si quisiera redimir su crisis a base de lingotazo va, lingotazo viene. Se impone el bar. Como si la ciudad se hubiera abonado a la barra libre de una hostelería tabernaria sin compasión. Cosas de la economía con diarrea y doble tracción.
Y es que el oligopolio hostelero está convirtiendo este viejo barrio en un enorme botellón de diseño auspiciado por un ocio nocturno con ganas de quitarse de encima la mierda del día a día.
No me malinterpreten. No estoy contra los bares. Estoy contra esa actividad hostelera que genera un grave impacto acústico y medioambiental. Aquí vivimos casi doce mil personas. La noche no se hizo para asaltarla y destrozarla, tampoco para convertirla en una berrea salvaje sin compasión vecinal. Y no se trata de conciliar el ocio y el descanso. Porque no se puede conciliar cuando hay desigualdad. Y entre su negocio y mi descanso media una Ordenanza que no se cumple. No me digan que me vaya, que ya sabía de qué iba esto. No. Esta perversión acústica y medioambiental en Europa le dura dos horas a la Comisión europea de Peticiones. Y no me hablen de conciencia ciudadana. A las tres de la madrugada, en la calle San Nicolás, con siete gintonics de más, nadie tiene conciencia. Ni el Dalai Lama. Y sí, usted tiene derecho a sus cubatas en nombre de su libertad personal. Y usted hostelero a hacer su caja. Pero pasando por encima de mis sueños rotos. El miércoles 29, se celebra el Día Internacional de Conciencia sobre el Ruido. Pero aquí apenas se oirá.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El circo de Lodosa

Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos,   y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de

Mario Gaviria, de trago largo y coito corto

Mario en 1998 un café de Madrid, con 60 años. Foto: Miguel Gener Quizás, para mucha gente, Mario Gaviria, fue un desconocido. Ese ribero de Cortes, sociólogo para mas señas y arquero del primer ecologismo navarro, falleció el pasado sábado a punto de llegar a los 80. Él cumplió con aquello de no ser profeta en su tierra. Quizás no supo tomar las precauciones necesarias para ser un mal comprendido. Y es que mientras el viejo régimen de UPN gobernó esta Comunidad, este alumno de Henry Lefevre, antiguo consultor de las Naciones Unidas en África, autor de 40 libros y Premio Nacional de Medio Ambiente en 2005, fue sistemáticamente invisibilizado. Quizás por eso miró a Zaragoza, donde trabajó intensamente en proyectos urbanísticos y medioambientales como la traída del agua del Pirineo para abastecer la ciudad o el diseño del barrio de viviendas sociales y ecológicas del Parque Goya. Mientras tanto,   aquí se le negaba el reconocimiento que él nunca buscó. Hasta que en 2006, el Colegio d

Miquel Marti i Pol

Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán.  Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por   su dramática   soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana.   Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Roda de Ter pero que t