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Nos quedaba Osasuna


Nos quedaba Osasuna. Pero resultó un engaño más de este capitalismo de ficción construido para fascinarnos, seducirnos y convidarnos a una sesión de bienestar ficticio. Les confieso una cosa. No tengo ni puta idea de fútbol. He estado en El Sadar solo una vez. El 2 de octubre de 1985. Osasuna jugaba el partido de vuelta de la primera eliminatoria de la Copa UEFA contra el Glasgow Rangers. Osasuna ganó dos a cero. Con goles de Rípodas y Martín. Fui a ese partido con uno de mis mejores amigos que todavía conservo, un inglés honorable de Cornualles forofo del Athletic. De él he aprendido lo poco que sé de este deporte. Así que les cuento lo que me provoca este paseillo de rojillos en busca de una excusa perfecta. Nos quedaba Osasuna como banderín de enganche ideológico y aparato de contraprogramación contra todo: ETA, los vascos, el desempleo, la crisis, la corrupción y hasta la Can, patrocinadora del espectáculo futbolero en su día. Porque Osasuna ha sido también algo más que un club, casi un altar donde se inmolaban todas las esencias perturbadoras de este reino foral en bancarrota. Osasuna ha sido la marca navarra por excelencia, incluso por encima del santo patrón, la txistorra o las migas de Ujué. Con Osasuna, todo dios se ha identificado. Y ha funcionado como una terapia ocupacional en tiempos de bonanza y de crisis. Pero ahora resulta que incluso Don Limpio padece un síndrome de Diógenes del copón. Y todo parece indicar que la fiesta solo acaba de empezar. Nos quedaba Osasuna como el único territorio virgen, aséptico y puro de esta Navarra preclara. Pero una muesca perdida en el universo ha impactado sobre la orbita oculta de Osasuna. Y aquí estamos. Asistiendo a lo incomprensible, al sueño roto de miles de niños y niñas enamoradas de un club que ha resultado ser un puticlub.

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