A ciertas alturas de la vida, la edad se convierte en una tara. Todavía no me pasa, pero tengo conocidos que se someten a intensas sesiones de psicoterapia y luego se machacan en el gimnasio. Y es que, a partir de cierto momento, cumplir años es juzgado como un lastre que deberíamos eliminar de nuestro rostro. Conozco gente que sucumbe ante el primer verdugo de la mañana, el espejo, ese tribunal sin piedad que cada día nos condena como portadores de una adición vergonzosa. Esta época adolescente no concibe cumplir años como un valor añadido, sino como una forma devaluada de estar en el mundo. Porque almacenar años se ha convertido en un fracaso anticipado. En un naufragio personal. Y el mundo del trabajo es un reflejo de ello. Tener más de 40 primaveras es ser portador de un cúmulo de sospechas. Por eso, negar la edad real se ha convertido en un ejercicio redentor. Y de eso saben mucho ciertas empresas animadoras del cuerpo y del alma que hacen su agosto alrededor de los años sobrantes. Es tal la presión social en torno a esos años de más, que celebrar cumpleaños, más allá de cierta edad, nos incita a inmolarnos en el altar de la culpa eterna. Y es que, eliminar el lastre inapropiado que afea nuestro cuerpo solo pretende la transubstanciación en otro yo diferente y ajeno. Frente a esto, solo queda recuperar la experiencia de vida como elemento consolador. Pero aun así, no podemos evitar mirar recelosos los cuerpos jóvenes y vibrantes. Entonces comprobamos que la felicidad ha emigrado a otras playas. Por eso ni el dinero, ni la posición, ni la estima social redondean su victoria sino es dentro de un reducto corporal hermoso y sin estrías. No obstante, ante esta seducción de la perennidad, me digo que convivir con uno mismo constituye uno de los veredictos más incómodos, pero también más ecuánimes de la existencia. Sé que la eterna batalla es conseguir un yo libre de estigmas para ocultar los surcos del tiempo, pero también intuyo que éste es incapaz de reconocer que el futuro es una agonía sin desenlace.
A ciertas alturas de la vida, la edad se convierte en una tara. Todavía no me pasa, pero tengo conocidos que se someten a intensas sesiones de psicoterapia y luego se machacan en el gimnasio. Y es que, a partir de cierto momento, cumplir años es juzgado como un lastre que deberíamos eliminar de nuestro rostro. Conozco gente que sucumbe ante el primer verdugo de la mañana, el espejo, ese tribunal sin piedad que cada día nos condena como portadores de una adición vergonzosa. Esta época adolescente no concibe cumplir años como un valor añadido, sino como una forma devaluada de estar en el mundo. Porque almacenar años se ha convertido en un fracaso anticipado. En un naufragio personal. Y el mundo del trabajo es un reflejo de ello. Tener más de 40 primaveras es ser portador de un cúmulo de sospechas. Por eso, negar la edad real se ha convertido en un ejercicio redentor. Y de eso saben mucho ciertas empresas animadoras del cuerpo y del alma que hacen su agosto alrededor de los años sobrantes. Es tal la presión social en torno a esos años de más, que celebrar cumpleaños, más allá de cierta edad, nos incita a inmolarnos en el altar de la culpa eterna. Y es que, eliminar el lastre inapropiado que afea nuestro cuerpo solo pretende la transubstanciación en otro yo diferente y ajeno. Frente a esto, solo queda recuperar la experiencia de vida como elemento consolador. Pero aun así, no podemos evitar mirar recelosos los cuerpos jóvenes y vibrantes. Entonces comprobamos que la felicidad ha emigrado a otras playas. Por eso ni el dinero, ni la posición, ni la estima social redondean su victoria sino es dentro de un reducto corporal hermoso y sin estrías. No obstante, ante esta seducción de la perennidad, me digo que convivir con uno mismo constituye uno de los veredictos más incómodos, pero también más ecuánimes de la existencia. Sé que la eterna batalla es conseguir un yo libre de estigmas para ocultar los surcos del tiempo, pero también intuyo que éste es incapaz de reconocer que el futuro es una agonía sin desenlace.
Comentarios
Publicar un comentario