El pasado sábado 29 de noviembre tuvo lugar en toda España una gran recogida de alimentos. Miles de voluntarios, sin duda de muy buena fe, participaron en una gincana de solidaridad sin precedentes. Algo a lo que estamos ya acostumbrados desde que la pobreza amenaza a casi doce millones de personas al borde de la pobreza en el reino de España.
Resulta bochornoso que hayamos llegado a esto mientras las estructuras del Estado del Bienestar miran para otro lado. Peor aún. No miran porque hace tiempo confiaron la salvación de la gente a la voluntariedad, la autogestión y la autogobernanza de uno mismo o de los demás. Y más: no miran porque el contrato social se ha roto, los derechos de ciudadanía se han cancelado y los derechos sociales van camino de una defunción asegurada.
La solidaridad está muy bien, es un valor a proteger, pero la solidaridad desplegada en esa jornada, siendo loable, no es la mejor ni la más adecuada Porque esa solidaridad es entre iguales, es horizontal. La autentica solidaridad es la vertical, la que viene dada por la redistribución de la riqueza de quienes más tienen hacia lo que menos tienen. La que viene de arriba y llega hasta abajo. Y eso es lo que corresponde a los estados sociales con fuerte componente igualitario.
Ser solidarios está bien. Hacer el papel que le corresponde al Estado Social es asumir una responsabilidad que no toca. Hacerlo así envuelve la solidaridad horizontal en un bucle peligroso que paraliza las políticas sociales que corresponden a un Estado al que se le supone un mínimo de responsabilidad con su ciudadanía más necesitada. Ser solidarios, sí, pero nunca para sustituir funciones sociales. Y menos aún asumirlas como componente fundamental de responsabilidad personal. Porque la caridad social está sustituyendo al Estado Social en bancarrota.
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