Cioran publicó estos Silogismos en 1952. Pero pareciera que los hubiera escrito hoy. Aquí se concentran las mejores perlas de la dulce amargura de un voluptuosso del lenguaje, un vagabumdo del alma humana. Quizás nadie como el haya llegado tan lejos, tan allá, a ese territorio enengrecido donde se acogotan las profundidades del espíritu. Un tipo amante de la desesperación que dejó fluir su pluma convirtiendo cada frase en un agoritmo del lenguaje. Y es que Cioran fue ante todo un escéptico que se anticipó a un mundo agonizante y retrató, como pocos, su estela de antojos. Nunca como hoy, sus Silogismos de la amargura, entonaron tanto y tan bien. Una muestra: "Más de una vez he logrado entrever el otoño del cerebro, el desenlace de la conciencia, la ultima escena de la razón, y luego una luz que me helaba la sangre"
Cioran murió en 1995, en Paris. El Dr. Alzheimer le visitó por última vez.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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