Fotografía: David Oliete |
Parece que Podemos, ese
movimiento político que amenaza con dinamitar las estructuras del
Antiguo Régimen “democrático”, está siendo muy cuestionado. Por la derecha y
por la izquierda. Entiendo a la derecha. Vamos, que a ella se le supone el
contraataque. Y que un movimiento como Podemos le ponga los pelos como
escarpias, que le inquieten sus ideas y que, incluso las ridiculice en un
intento de desprestigiar la utopía. Es lo que corresponde a una buena derecha
como dios manda. Pero no entiendo tanto la crítica de la izquierda. Al menos
algunas de sus críticas a Podemos. Otras sí. Me explico. Podemos ha generado
ilusión entre la ciudadanía más a pie de obra. Aquella que sufre y padece sin
que muchos políticos, incluso de la izquierda menos complaciente y amable,
hayan sabido interpretar ese sufrimiento más allá de la pura retórica
discursiva. Podemos ha conectado con esa amplia capa social de más de diez
millones de personas desempleadas, precarias, excluidas y
periféricas que sobreviven sobre la inmensa ciénaga que ha generado la marca
España. Además de haber puesto la pica en el Flandes ocupado por una clase
media aborrecida con el actual sistema de distribución de la riqueza y la
gestión meritocrática de las oportunidades. Y esa conexión conecta con los
sentimientos y con las emociones, con la capacidad de generar utopías, algo que
la izquierda clásica ha olvidado, de palabra, obra u omisión. Algo que la
izquierda política no ha sido capaz de reconstruir sobre el imaginario social
de la ciudadanía saqueada. Por mucho que se haya empleado. Algo ha
fallado.
Podemos, con su discurso,
inconcreto, indeterminado, radical, asaltacielos, sobredimensionado o como
queramos definirlo, lo ha logrado. Y si lo ha logrado es que ese pueblo, ese
imaginario, al que tanto apela la izquierda marcada a sangre y fuego por el
marxismo político y social, sigue estando ahí, atento, con capacidad de escucha
y de emoción. Sobre todo de emoción, algo denostado por blando e inadecuado
como factor de movilización popular.
Podemos lo ha activado. Ha resucitado una parte importante de la
ciudadanía cansada, harta, saturada de tanta mierda en movimiento sin castigo.
Cierto que Podemos lo ha tenido muy fácil. La absoluta degradación del reino de
España a todos los niveles, ha generado un hartazgo ciudadano
sobredimensionado. Cierto. Pero también otros han tenido y tienen esa
oportunidad. La realidad está ahí, no solo para ponerle nombre y apellidos,
sino para gestionarla y, a ser posible, transformarla.
La crítica política que la
izquierda clásica está haciendo a Podemos es una crítica fácil, estructural,
clásica, de manual. Una crítica estandarizada y siguiendo cánones de la vieja
concepción del sistema de castas de
partido. Y eso es algo que Podemos trata de desterrar -la idea clásica
de la participación política verticalizada- para lanzar a sus bases, el pueblo
resucitado, a la primera línea de fuego y
de combate. La izquierda clásica está en una posición muy antigua. No
soporta de Podemos la inconcrección, los vaivenes, las idas y venidas, las
vueltas y revueltas, la no visibilización de sus líderes menores, aquellos que
representarán al partido en las próximas elecciones y aún por determinar, la no
sistematización de su programa y la validación técnico-política del mismo.
¡Cómo si en el resto de la izquierda eso hubiera sido una constante¡
La crítica de la izquierda,
de los medios afines, de algunos líderes del PSOE, de IU y de los nacionalismos
periféricos que ven amenazadas sus hegemonías o sus alianzas, es una crítica
que se le podía exigir a la derecha, pero no a un nuevo movimiento de izquierda
en construcción sobre la base de la amplia participación popular. Porque uno
empieza a pensar que la participación popular, valor supremo de la izquierda
revolucionaria y clave de Podemos, se presenta también como un elemento
sospechoso y carente de credibilidad. Como si esa amplia participación fuera un
elemento, más que garantista de lo que se supone un proceso democrático, un
elemento de sospecha carente de poca cordura. Como si la amplia ciudadanía que
representa Podemos fuera menor de edad y no supiera autogestionar este proceso
al que se le exige concreción inmediata. Me cabe pensar que las críticas de no
pocas izquierdas a Podemos se instalan en el vertiginoso vértigo a que ven
sometidas sus actuaciones, a las estrategias inmediatas de gestión de las
ideas.
Podemos no es tanto
Podemos como lo que puede hacer la gente. Y si esto no lo percibe la izquierda,
me preocupa. ¿No quedamos en que el pueblo, con sus herramientas de decisión,
participación y acción, eran la base de todo proceso democrático? Hay algo que
Podemos debe hacer. Concretar sus propuestas políticas y discursivas no
significa que digan lo que van a hacer ya, que lo cumplan al pie de la letra,
significa que expliquen muy bien las ideas y cómo abordarlas, así como los
procesos que requieren su ejecución. La inmediatez y el cortoplacismo de la
posmodernidad también puede con la izquierda. Y esa izquierda ha
sucumbido a la respuesta rápida y al hecho concreto en un ejercicio de
sistematización inmediata. Y los procesos no son concluyentes de un día para
otro. Y menos los procesos de este tipo que tratan de desmontar todo un régimen
político absolutamente contaminado en sus principales estructuras de gestión y
ejecución pública. Finalmente, creo que la izquierda, o parte de ella, así como
no pocos medios mediáticos afines a ella, tienen miedo a que el efecto Podemos
sea solo un tsunami de emociones y deseos. Muchos piensan que todo esto quedará en el vacío ante el desinflamiento tras el
choque con la realidad. Que eso lo diga la derecha, vale. Que lo diga la
izquierda me preocupa. Porque entonces no habrá entendido nada. No tanto por lo
que diga o deje de decir Podemos, sino por lo que la gente que cree en Podemos
como vehiculo catalizador de sus indignaciones, está haciendo y está dispuesta
a hacer. En todo caso, servidor prefiere
vivir entusiasmado a vivir eternamente convencido de que la realidad es
inmutable.
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