Leonardo, Leonard Cohen para los amigos. De nuevo. Con 80 y celebrando la década con un excelente disco. Pareciera que la edad de este poeta de la desesperación, la tristeza y el amor como receta criminal contra la angustia vital, no fuera un límite para la creación. Si Cioran hubiera vivido para glosarlo se habría enamorado de este judío cazador de instantes. Popular problems es su disco más dulce, el de un hombre arrastrando las renuncias que ha ido asumiendo a lo largo de su vida. Y sin embargo, nada de ello le acerca al patetismo de otros coetáneos.
LC hace acrobacia, números de magia con cada disco. De este podría decirse que nunca el cielo amaneció tan hermoso como esa mañana posterior al diluvio.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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