De repente sintió el olor. Era un olor fuerte, agrio y caliente. Después vió el asta de aquel miura de 650 kilos que cortaba el aire por delante de sus ojos llenos de pánico. Y finalmente la sintió. Entrando lentamente en su muslo izquierdo, afilada, cortante, caliente. Creía que estaba soñando. Pero no. Sin embargo, tras un segundo de luz fugaz, vió una figura invisible que se posaba sobre él. Como un ángel ralentizado que se interpusiera entre aquel astado y su endeble cascarón. Vestía una capa bordada en oro y rojo, portaba un báculo dorado y cubría su cabeza con una mitra. Entre el pánico y la visión fugaz se dejó caer preso de espanto. Oía gritos y miles de ojos trataban de tirar de su desgarrado pantalón. Tras unos segundos, donde la luz se hizo más intensa y brillante, se levantó. De repente, el silencio se había apoderado de la calle. En aquel recorrido del miedo, no había nadie. Estaba solo. Miró hacia la entrada del callejón de aquella plaza de toros y volvío a ver aquella figura. El santo le hizo una señal. Entonces comprendió el mito del santo y el capote.
Nota al margen
Este es mi relato sanferminero de cada año. Suelo presentarlo al concurso de relatos en el blog de los sanfermines www.blogsanfermin.com/. Este año me he negado a hacerlo por las inclemencias que creo, soporta un jurado, a mi parecer, escandalosamente condicionado.
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