Alessio Gessati tiene 85 años y lleva seis en el centro que la Fundación Sagrada Familia tiene en Cesano Boscone, en Milán. Su mente lleva diez años en huelga general. Tiene alzheimer. Pero el pasado día 9 de mayo, cuando vio entrar por la puerta a Silvio Berlusconi, despertó harto de deambular entre templos abandonados. Recobró la memoria y reconoció al líder de Forza Italia que ha sido condenado por evadir grandes cantidades de dinero al fisco. Un titular de este periódico decía el sábado: "Berlusconi cumple su primera jornada de trabajo social". Muy malparado queda el trabajo social si puede ser realizado por un mafioso implantado para redimir su pena. Pero esta profesión es así, desconocida, mal valorada y, como mucho, asociada a la caridad y al altruismo complaciente.
En realidad Berlusconi ha sido condenado a diez meses de trabajos en beneficio de la comunidad. Algo muy diferente al trabajo social. Los trabajos en beneficio de la comunidad son una medida alternativa a la prisión cuyo fin es reparador. Con ello se pretende que el penado devuelva a la sociedad parte del perjuicio causado. Me cuesta entender cómo los jueces italianos pueden apostar por reeducar a un tipo así, con su currículo y con esa edad, 77, en la que uno siente que no conviene mostrar la verdad desnuda, sino en camisa. ¿Qué puede hacer Berlusconi durante cuatro horas con enfermos de alzheimer? ¿Quizás olvidarse aún más de sí mismo?
Si Berlusconi cumple su pena íntegra, que lo dudo, apuesto a que en nada tenemos a Bárcenas cumpliendo la suya en el Centro Nazaret de Cáritas de Pamplona, un centro para personas cuyas biografías se han llevado la peor parte en la subasta de la vida. Al tiempo.
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