Corría el 14 de abril de 1931. A la hora en que se proclamaba la República en Pamplona, el Ángel de Aralar, ajeno a ello, iba camino de San Lorenzo. Ese día no llovía. Había quince grados y en el teatro Olimpia se representó la obra, Los once diablillos. En el Euskal-Jai hubo partido de pelota entre Irigoyen y Bastarrica. En Diputación, como se decía antes, hubo pruebas para acceder al Cuerpo de Secretarios. A las siete de la tarde, cuando ya la República era oficial, una numerosa manifestación recorría las calles de la ciudad entonando La Marsellesa. En el Ayuntamiento se izó la bandera tricolor y tanto el republicano Serafín Húder como el socialista Mariano Sáez de Morilla, se dirigieron a los congregados que echaban cohetes de júbilo. Hasta el monárquico Diario de Navarra reconoció el triunfo republicano: "nos ha vencido la República porque en los republicanos había más espíritu de sacrificio que en nosotros y para aplaudir las buenas obras nuestras manos estarán siempre dispuestas". Así que ya ven, sin sobresaltos llegó la República pamplonesa, solo alterada ese día por el calentón de unos cuantos que derribaron la estatua del General Sanjurjo y arrancaron las placas de Alfonso XIII y de Primo de Rivera.
La II República duró hasta 1936. Lo que siguió enfangó la vida y memoria de un país que todavía hoy resiste al embate de los mismos fascistas que liquidaron aquel régimen democrático. Porque después del franquismo, la transición suarezista, higienizada por una monarquía por decreto, solo ha facilitado el envalentonamiento de una casta que es una amenaza para la democracia real. Hoy, miles de personas celebrarán este día. Dicen que a la tercera va la vencida.
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