Aquel reyno, que había sobrevivido como un mito, estaba a punto de acabar como una falsificación. Pero no saldó cuentas con su pasado el 25 de mayo de 2014. Tal era la metástasis que le corroía desde hacía casi treinta años. La expectación era enorme. A ello había contribuido el ambiente encanallado durante la campaña electoral. Así que la oposición esperaba zanjar tantas semanas de zozobra.
Una mujer de belleza inquietante, voz delicada pero elocuente y seguridad en unas manos que hablaban solas, había hecho temblar los pilares de un poder perverso enquistado en el ADN de algunos de sus gobernantes que, incapaces de salvar su alma, esperaban salvar su nombre. Aquellas elecciones forzadas habían dejado varios cadáveres políticos en la morgue del Parlamento. En esa situación, nadie sabía dónde podía acabar aquella novela de caballerías navarra: traiciones a bocajarro, declaraciones hiperbólicas, cohechos camuflados de honorabilidad, juegos de doble moral, dimisiones, órdenes de Madrid, contraórdenes en Pamplona y, en fin, una bastarda y enredada situación cuyo mensaje final parecía ser el de siempre. No había fuerza en la naturaleza capaz de mover el eje de rotación de aquel reyno que se había vuelto refractario a la verdad y la sensatez.
A las diez de la noche del 25 de mayo ya se intuía. Sólo el cinco por ciento de la población con derecho a voto había votado. Los políticos se echaban las manos a la cabeza mientras la calle se echaba de cabeza a una fiesta sin límites. Frente al Parlamento miles de personas pedían un proceso constituyente que diera carpetazo a aquel modo de gobernar, de talante sin talento. La mujer de belleza espartana había dado el pistoletazo de salida.
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