MI pescadera se preguntaba el otro día si era posible cambiar este perro mundo mientras los parados, la mayoría de la gente sin estudios, las chonis, los poligoneros, la gente del último escalón que cobra subsidios basura, los belenestébanes o los consumidores de alcohol de quemar que se inmolan cada día en cuartos oscuros sigan colaborando con los verdugos. No lo sé, amiga. Solo sé que también la izquierda está pringada en ese dilema. Otra cosa es que no lo vea o tenga dificultades para volver a la vida real. Que la derecha esté haciendo los deberes está en el guión de la historia. Hace ya cuatro décadas sentenció que capitalismo y democracia para todos era inviable. Y con eso inventó el undécimo mandamiento. Pero ahora tensa más el arco de la historia mientras la izquierda necrosada en pequeños partidos se ha convertido en una ventanilla solo de reclamaciones. No hablo de la izquierda que hace tiempo optó por gestionar los excrementos sobrantes del sistema. Hablo de la izquierda que tiene problemas para reinventarse, la que trata de ser coherente, y por eso es presa de su soledad y fragmentación, de la izquierda que no comulga con ruedas de molino, la radical e inmediata. Esa izquierda está presente pero es rehén de sí misma porque solo concibe un único mundo alternativo. Porque solo tiene un guión. Y si haces esto, si vas por la vida así, no puedes permitirte ni un solo fallo; ni una coma mal puesta en tu proyecto. Esa izquierda rebelde -más que revolucionaria por agotada- está obligada a resolver las nuevas ecuaciones. Porque algo grave ocurre cuando la gente decente se tira por la ventana mientras los canallas y corruptos pasean sin vergüenza por las calles. La ciudadanía indignada clama y reclama. Pero teme que su fuerza de combate acabe como un suspiro de resignación. Las plazas están llenas de desbordante energía social y personal, pero enredada y fragmentada. Por eso es incapaz de convertirse en voluntad política de transformación. A esto debería responder la izquierda rebelde. En mayo del 68 los intelectuales franceses se preguntaron ¿qué espera de nosotros la insurrección? A lo que la insurrección respondió: ¡solo esperamos que nos ayuden a arrojar adoquines! Pues bien, esa izquierda tiene que acompañarnos en la urgente secesión social y democrática.
Curso urgente de política para gente decente es un brillante libro de Juan Carlos Monedero que la izquierda debería tener en su mesilla de noche. A él le debo esta columna.
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