Fin del trayecto. Foto: Gianni Mania |
Trece cadáveres llegaron a buen puerto. El del eterno descanso. Se empeñaron, ellos y sus familias, pactaron con sus raptores, con sus trileros y traficantes de vidas e ilusiones. Pactaron para abandonar Africa y llegar a la Tierra Prometida Desconocida. Posiblemente el traficante los echó al mar, como se echa un fardo que pesa, inservible, como lastre innecesario. Ocurrió ayer en Sicilia. Qué más da el lugar. Se calcula que más de 15.000 cadáveres de africanos yacen en el fondo de un mar azul, cuna de civilizaciones. Y ahora espejo de la insolidaridad y brutalidad más cruel.
Me comento a mi mismo. He leído hoy en El Pais que 19.000 cadáveres yacen en lo profundo del Mediterráneo, el mar de la felicidad, de las civilizaciones, de los viajes en busca de ese lugar donde uno quiere encontrar su Itaca. Son 19.000 africanos y africanas, yo creo que hay más y no se atreven a dar la cifra más real, los que ya tienen destino, las profundidades de una civilización que ha dejado de serlo. Para más insidia, me entero que Italia ha concedido la ciudadanía a los náufragos de Lampedusa, a los muertos. ¿De qué sirve una ciudadanía muerta? Posiblemente para construir una falacia y un cinismo por encima de toda dignidad.
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