Esa ministra con nombre de virgen y apellido recortado nos pide ir de chivatos por la vida. Al parecer ella y su ministerio de Trabajo, fascinados por esa vieja práctica de la delación, que han travestido de colaboración ciudadana al servicio de la solidaridad con un Estado en ruinas, han colgado de Internet un buzón para denunciar a nuestros vecinos en paro que no se lo merezcan. Vamos que hagan trampas. Dos cuestiones: las autoridades deben hacer su trabajo. Delatar a alguien no es de recibo. Menos a quien quiere completar su sueldo por otro lado robado en nombre de la crisis. Y otra: este es un nuevo paso para incrementar la estigmatización y la criminalización de la ciudadanía menos favorecida. No digo que haya que hacer trampas ni las justifico. Pero ese Ministerio y otros podían emplearse a fondo con banqueros, usureros, traficantes, evasores de impuestos, princesas, reyes cazadores, extorsionadores del Estado y demás fauna política que rumía desfalcos en nombre y al amparo de la crisis. Vuelve el franquismo más bastardo, aquel que premiaba a quien denunciara el ruido de una multicopista clandestina.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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