Me pregunto si el tiempo me pasa factura mental o si mis neuronas se han encasquillado. Tal vez las dos cosas. Antepongo lo dicho como pretexto para analizar la cuestión sanferminera en su plano más vulgar. Nada de antropología, ni sociología, ni gías al uso. A palo seco.
Encierro: se ha convertido en una pasarela mediática de alto voltaje en la que lo que prima es la imagen y la tensión propia de las vanidades y protagonismos más allá de la pretendida belleza de la carrera. Tenemos lo que la gran derecha navarra ha querido: un espectáculo desnaturalizado y absolutamente masificado, sin sentido del término, sometido a las leyes del mercado mediático y vendido a los mejores postores. El acto en sí ya no importa, sino la repercusión del mismo. A cualquier precio.
La fiesta: los sanfermines ya no son lo que eran. Cierto. Se ha dicho siempre. La cuestión es el grado de desvirtualización actual. Nada queda de la transgresión propia de la fiesta como espacio popular de ocupación de la calle, de asalto al poder, de desafío, de insurrección, de rebeldía. Nada. Todo lo contrario, sin identificarlo, se colabora activamente con el poder y el control a través de múltiples actos cotidianos sometidos s un nuevo contrapoder festivo: consumo desaforado de alcohol y drogas, agresiones, chulerías varias, borreguismo cutre, violencias gratuitas, machismos y micromachismos, patanismo, purismo absurdo, descontroles personales y sociales, sexismos encubiertos y alardes de pamplonidad desaforada.
Y algunos creadores navarros, pretendidamente "guais" y mozocastas, PTVs (de Pamplona de Toda la Vida) con pedigrí, han contribuido a la "guirización"absurda, chabacana e inculta de la fiesta.
La calle: el Casco Viejo es el centro de la explosión. Y como tal se le castiga, se le sanciona, se le humilla y se le obliga a emigrar de si mismo. Aquí viven 2000 personas de más de 70 años que deben abandonar su vivienda porque es prácticamente imposible resistir a la brutalidad de la existencia diaria en esos 9 días de gloria ajena, por supuesto. No se sabe, pero muchos ancianos y ancianas padecen posteriormente graves problemas de salud, debido al insomnio, ruidos e imposibilidad de salir a la calle. Otra cuestión no comentada es que casi el 45% de la población de Pamplona, abandona la ciudad durante los sanfermines. ¿Cansados, viejos, aguafiestas, aburridos? No. Hartos de una fiesta a la deriva que es incapaz de atender a sus vecinos y vecinas. Hartos de ser arrollados por la salvaje oferta de una fiesta abandonada al delirio, la exageración y el descontrol más absoluto. ¿No es para pensarlo dos veces?
La política. Nuestros gobernantes municipales y forales han desnaturalizado la fiesta política. La fiesta ha sido, es y será política. Forma parte de la vida. Hacerse el equidistante, el neutro, el aséptico, el cómodo, no es menos sospechoso. Desterrar ideas, propuestas, como las de Gora Iruñea, la Federación de Peñas, o colectivos populares porque no se adaptan al guión programado, es poco o nada democrático. Además, no ayuda a la normalización y favorece la crispación, lo que da origen a situaciones adversas y conflictivas.
Urge replantearse los sanfermines, no para segregar, ni para excluir. Ni siquiera para reinventarlos. Urge hacer un balance que ponga coto y veto a situaciones que, de seguir activas y potenciadas, acabarán devorando a una ciudad, sus gentes y su propia fiesta.
Tranquilo Paco, ni factura mental ni neuronas encasquilladas: los sanfermines, nuestro gran tabú...
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