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Seis millones largos, de vidas truncadas, de engañados y engañadas, de supervivientes, de gentes que sobrepasan su propia capacidad de aguante, de subsidiados y estigmatizados, de inclementes con  su vida por decreto, a pura fuerza. Seis millones y pico de biografías segmentadas, de recorridos truncados. Y todo por qué y para qué. El por qué ya se lo saben, el para qué también. Para pagar el precio de una sobresalto que nunca decidieron. Así que  sobran las explicaciones. Explicaciones bien sostenidas por la lógica económica pero que no llegan a satisfacer la duda del porqué a mí sí y no a él, al que generó esta carnicería social. A los genios equivocados, a los supremos usureros. Así que  a ellos y a ellas esto no les sirve. Porque esos seis millones y pico de epitafios sociales quieren volver a la centralidad de la que un día fueron expulsados, a formar parte del imaginario social, a la posibilidad de recuperar su protagonismo perdido. Robert Castel, ese gran pensador fallecido recientemente, definió la exclusión del trabajo como un proceso de degradación, de desafiliación y desenganche de la vida misma. Nuestros seis millones y pico de desenganchados de la vida no saben ya a qué engancharse . O sí. Quizás eso es lo que la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, está tratando de apañar con la mismísima Virgen del Rocío. Hilo directo con la santidad y la disciplina atónita. Aquí en la tierra como en el cielo. Serán los 6.202.700 mártires de la paciencia. Y de la traición de esos santones del PP que aún no han terminado de poner límite a su cinismo.   

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