Un hombre que ha dado un paso al frente. Un hombre, escritor para más señas, que no declina responsabilidades. Un escritor, realista, social, sí ¿Y qué ? ¿A qué tantos remilgos con la literatura? Con la equidistancia de la creación. Un hombre asqueado, sí, como muchos. Un hombre apartado, vilipendiado, juzgado, poco profeta, o nada, en su tierra. Y ahora, un pregonero de la desvergüenza, del saqueo programado y constante, de la rapiña consentida y permitida. Un hombre que ha hablado antes, durante y después. Quizás ahora más alto. Pero siempre, o casi siempre, tomado por el bufón del reino, por el tocahuevos incómodo. Ni su amplia bibliografía le redime. Apartado de las tartas, de los repartos, de los saraos. Pero él a lo suyo. Ahora, quizás harto, presenta El asco indecible. Con ustedes Miguel Sánchez Ostiz
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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