Tal día como hoy, hace 80 años, hacía mucho frío en Auschwitz. Eran las tres de la tarde cuando el Ejército Rojo de liberación cruzó la verja del campo de exterminio nazi donde habían sido asesinados 1,1 millones de judíos. Los soldados rusos encontraron 2819 prisioneros que justamente respiraban. Muchos murieron ese día, como esperando la libertad para cerrar los ojos para siempre. Hoy se cumplen 80 años de aquello. Por eso hoy se conmemora el Día de las Víctimas del Holocausto.
Cómo se llegó a aquella brutalidad despiada es tan sencillo como preguntarnos cómo se ha llegado al impune genocidio de Gaza. A principios de 1933, en vísperas del ascenso de Hitler al poder, los dirigentes del partido socialdemócrata alemán, pensaron que Hitler sería un fenómeno pasajero, que no se atrevería. Sin embargo, en septiembre de 1933, Hitler llevó a cabo una monumental redada para limpiar Berlín de vagabundos y mendigos. Solo en un día se deportaron a 100.000 personas. ¿Les suena? Los fascistas hitlerianos se atrevieron. Y más. Hasta acabar con casi siete millones de judíos.
“No se atreverán” es un lema impotente en plena democracia en fibrilación. Claro que se atreverán. Porque estamos normalizando la barbarie mientras el buenismo se niega a adoptar medidas radicales para enfrentar la realidad. Se atreverá el PP, que escarba en las miserias humanas como si lo hiciera en las entrañas de un caballo muerto y Trump y VOX y a gente de Hazte Oír y Netanyahu y los milmillonarios y Junts y los jueces machistas que copan la Judicatura española y las empresas vampiro: BSH y Sunsudegi. Se atreverán, como se atreven a resignificar los Caídos. Es lo malo de la normalización y de ir de renuncia en renuncia, que abrimos el camino a un mal cada vez más destructivo. Tanto, que la bondad, salvo la privada, ha sido desterrada por voluntad popular
Pese a todo, tarde o temprano habrá que pasar a la ofensiva. Para poner el “no se atreverán” en su sitio.
Foto: Olivier Mèriel
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorado...
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