En un bar de carretera, poco antes de llegar a Aguilar de Campo, me paré para soltar lastre y reanimarme con un cortado. Era la hora de comer. El bar tenía un aspecto setentero pues aún servía los cubatas de whisky Dyc en vasos de tubo. Pero a esa hora olía a cocina castellana lo que hacia presagiar que el menú del día sería imbatible.
Dentro del bar, un grupo de obreros de conservación de carretas salpicados de alquitrán elegían sus menús. La TV emitía un pleno del Congreso que enfrentaba al PP con el PSOE a costa de la corrupción. Mientras los políticos se empeñaban en defender el honor, la justicia y la importancia de los problemas de la gente común, aquellos obreros de carretera hacían oídos sordos. No lo hacían a propósito. Ellos iban a lo que iban, a comer para sostener aquella jornada y de paso, si se terciaba, como cada día, hablar del encargado, del tiempo, del contrato laboral y de las horas enganchadas al alquitrán como un pegamento esclavista. No se quejaban, hablaban de ello como quien habla de los hijos o del último dolor de espalda.
Cuando el camarero sacó los primeros platos, apareció en la TV Cuca Gamarra sobreactuando como si estuviera poseída tras haber ingerido matarratas. Exigía la dimisión de Sánchez en nombre de la gente de a pie de obra. Uno de los obreros, al oír aquello de “a pie de obra” volvió la cabeza hacia la TV por si preguntaban por él pero la tal Cuca ya estaba masticando otra falacia envenenada en medio de aquel “Sálvame” en que se había convertido el Congreso.
Mientras los obreros hincaban el diente al escalope con patatas, sonó la voz satánica de un tal Tellado que decía que es “esa gente que se levanta a las seis de la mañana “ la que exigía ahora la dimisión de Fiscal General del Estado. Al oír aquello de las seis de la mañana, otro obrero miró a la TV asombrado de que aquel hombre rabioso como un perro de presa y que escupía como Clint Eastwood, supiera algo de aquellas horas de la madrugada. La sesión de insultos y falacias terminó a la misma hora que el camarero sirvió los cafés con carajillo. Entonces sonó la sintonía del Telediario que abría con esta noticia: “España tiene más de tres millones de trabajadores pobres”.
Ahora todos se volvieron hacia la TV que, para ilustrar la noticia emitía unas imágenes en las que ellos mismos aparecían en plena faena de tirar de pico y pala en medio de una nuble de brea que oscurecía hasta sus almas.
Salí del bar pensando que aquella patria que los Feijóos, Tellados y Gamarras decían prometer a costa de una omertà jurídica, no tenía nada que ver con la de estos currelas de carretera y manta que justo llegaban a fin de mes.
Esto ocurrió el día que INTERMON OXFAM presentó un informe según el cual casi 3 millones de personas trabajadoras en España se encuentran en situacion de pobreza
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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