No es fácil sostener que el derribo de este lugar de humillación, es la única redención posible para los miles de asesinados navarros en el holocausto español de 1936. Y no por falta de argumentos.
Y es que casi todas las opciones conservacionistas del monumento abogan por la resignificación del mismo dotándolo de nuevos usos y reactivándolo a través de valores pedagógicos, artísticos, museísticos, históricos o monumentales. Así las cosas, la propuesta del derribo es acusada de populismo buenrrollista o diagnosticada como una patologización memorialística de nuestra historia.
Es por ello que esta opción se enfrenta a un gran reto intelectual y político si quiere lograr consensos reparadores.
Conviene por tanto distinguir entre lugares de memoria y lugares de humillación. Lugares de memoria serían los campos de exterminio, las fosas comunes, el Fuerte de Ezkaba o la cárcel de Sementales de Tudela, espacios que hay que conservar. Para evidenciar el mal y la muerte. Para visibilizar la violencia que se usó contra las víctimas. Esos lugares hay que mantenerlos para que esa violencia no quede impune y la historia no se repita.
Los lugares de humillación, como es el caso, se construyeron e idearon para ensalzar el valor de los golpistas y glorificar sus crímenes. Son lugares de afrenta pues en ellos se consagraron valores que “justificaron” la muerte de millares de personas. Esos espacios no pueden conservarse ni resignificarse puesto que no hay resignificación alguna que pueda reescribirse por encima de ese trauma, de esa carnicería sin justicia alguna.
Así que toda propuesta que no desactive la monumentalidad física que encarna la perpetuación de los asesinatos y la victoria fascista, ni repara la memoria histórica, ni hace justicia con los asesinados y sus familias.
Por tanto, la resignificación, como memorial activo, solo podrá activarse sobre el campo baldío de su sombra desterrada.
Foto: Ione Arzoz
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
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