Caminaba por una ciudad helada con tal reseca festiva que hasta estos “caballitos” de la infancia yacían muertos tras los excesos navideños.
La “matanza” me recordó a la escena de los caballos del lago Ládoga. Ocurre en “Kaput”, la descomunal novela de Curcio Malaparte escrita en 1944. En ese pasaje, recogido en el capítulo III , dice:
“Al tercer día se declaró un tremendo incendio en el bosque de Raikkola. Acorralados en un círculo de fuego, hombres, caballos y árboles proferían unos gritos terribles. […] Enloquecidos por el pánico, los caballos de la artillería soviética, casi un millar, se arrojaron a las llamas, rompiendo el asedio del fuego y las ametralladoras. Muchos perecieron entre las llamas, pero una gran parte alcanzaron la orilla del lago y se arrojaron al agua.
[…] Durante la noche bajó el viento del Norte. (El viento del Norte baja desde Murmansk como un ángel, gritando, y la tierra muere de repente.) Empezó a hacer un frío terrible. De pronto, con su característico sonido de vidrio agrietado, el agua se heló.
[…] Al día siguiente, cuando las primeras patrullas de sissit, con los cabellos chamuscados, los rostros negros de humo, caminando con cuidado sobre las cenizas todavía calientes del bosque carbonizado, llegaron a la orilla del lago, un espectáculo horrendo y maravilloso surgió ante sus ojos. El lago era como una inmensa plancha de mármol blanco sobre la cual había colocados cientos y cientos de cabezas de caballo. Parecían cercenadas por el corte limpio de un hacha. Las cabezas eran lo único que emergía de la costra de hielo. Todas miraban hacia la orilla. En sus ojos abiertos ardía aún la llama blanca del terror. Al borde de la orilla, una maraña de caballos furiosamente encabritados sobresalía de la cárcel de hielo”.
Como esos caballitos yacientes de un carrusel sin fin
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
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