Ocurrió que el 29 de noviembre había que ser felices. Por decreto de alcaldía.
Ese día, subí a Pamplona y el centro parecía una rave valenciana de las de antes. No tenía buen día, así que me sentí culpable por no participar de aquel jolgorio. Pensé entonces que quizá la alcaldesa lbarrola se aburría. O que aquella ciudad vivía a faltaba animación. Entonces entendí todo. Si Ibarrola no era capaz de gobernar la ciudad como dios manda, había que reinventar la gobernanza a golpe de días felices, actos emocionantes, eventos increíbles y luces y farolillos, muchos, a miles. Así que dicho y hecho. Y es que aquella sensación de bienaventuranza que vivió la ciudad el 29N, fue lo más parecido a las fiestas que organizaba el Gran Gatsby en las noches de verano. Solo había que ver a toda aquella gente maravillada, mirando al cielo incendiado de farolillos con la gloria meciéndose sobre sus cabezas.
Me pregunté entonces por qué no era capaz esbozar una sonrisa brillante ante el futuro, como la de nuestra alcaldesa o esas 80.000 almas que participaron el día de San Saturnino de la nueva filosofía neoliberal del entusiasmo. No supe qué contestarme. Aunque creía que una ciudad siempre necesita gente que le eche agua al vino para rebajar la euforia.
Pero aquella festivalización no tenía fin. La semana pasada Pamplona fue considerada la ciudad de España con mayor calidad de vida según el informe “La calidad de vida en las ciudades españolas”.
¿Por qué me negaba a la evidencia?. Solo podían salvarme un par de dudas. El informe no le había preguntado nada a la vecindad del Casco Viejo, gente que soporta día sí día también las vomitonas de todos esos eventos que nos hacen tan felices. También me extrañaba el título de ciudad ejemplar cuando decenas de personas duermen al raso cada noche.
A esto Ibarrola me respondió que la fiesta eterna es ya una forma de hogar. Y ahí me dejó.
Foto: Jonas Bendiksen/Magnum Photos
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
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