Feijóo ha comparado el acuerdo entre el PSOE y Junts con el 23-F y con ETA. Nada más oír esto, Ayuso se vino arriba y dijo que “esto supone entrar en una dictadura”. Como Esparza no quería quedarse sin nota dijo: "es una vergüenza pactar una amnistía para unos delincuentes”. Ya ven como esta banda de amnésicos sin complejos quiere instaurar una nueva sintaxis de la política española. Porque perdido el poder, de lo que se trata es de implantar una nueva Transición del relato político.
Veamos. En 1998 la situación política era mucho más complicada y convulsa que ahora. Gobernaba Aznar con el apoyo del PNV y de CIU, los padres fundadores de Junts. En esas fechas, Ortega Lara había estado secuestrado 532 días y en 1997 Miguel Ángel Blanco fue asesinado. ETA iba a muerte y el GAL de Barrionuevo remataba un tiempo de plomo.
Aún así, en 1996, Aznar indultó a 15 ex miembros de la organización terrorista catalana Terra Lliure. El Poder Judicial ni se inmutó. En mayo de 1999, Aznar se sentó a negociar con ETA en Zúrich. Porque según sus palabras “Estoy dispuesto a tomar todas las iniciativas que fuesen necesarias para que esta situación de cese de la violencia de lugar a un proceso definitivo de paz”. Incluso nuestro Miguel Sanz, pesadilla de Esparza, dijo en 1998: “si ETA abandona las armas se podrá hablar y negociar, y ahí Navarra va a estar y será generosa". Nadie pidió su cabeza. Estos días en Madrid la ultraderecha quiere darle la vuelta a la realidad naturalizando el fascismo, el sectarismo y el camorrismo callejero. La amnistía es una excusa. Lo que jode de verdad es perder el poder, la propiedad de esa España cristiana y nunca musulmana. Y si hace falta proclamarse nazi, cantar el “cara al Sol”, y gritar “puto rojo el que no bote” como lo ha hecho hoy el consejero de Empleo de Castilla y León, pues se grita. Con dos. Como no hacerlo si unos señores con toga caducada pueden amotinarse en el CGPJ y Esperanza Aguirre, en directísimo, pide cortar la calle en y no pasa nada.
La que nos espera.
Foto: Campúa Agencia Gráfica. Franco en Pamplona 1952
Fototeca Gobierno de Navarra
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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