¿ Y si la nueva Inteligencia Artificial fuera capaz de dotarse de robots capaces de negociar los gobiernos de coalición, los pactos de gobierno o los acuerdos políticos ?
Digo esto porque aquellos días, gran parte de la ciudadanía no dada crédito a ciertas noticias. O quizás a la ausencia de ellas. Vamos, que no acababa de entender ciertos movimientos políticos. En los corrillos, en las tertulias, en algunas terrazas donde se servían raciones de gambas a la plancha, en los bares castas de la ciudad y en los de barrio de toda la vida, en la sobremesa de muchas comidas y en no pocas cenas familiares, se hablaba, pero no se llegaba a entender qué ocurría, por qué algunos partidos ocultaban sus verdaderas intenciones. Vale, sí, era la política y eran los políticos que nunca son iguales aunque el populismo los iguale. Por eso la gente se preguntaba qué les pasaba a los partidos políticos que hablaban antes de tiempo, que ocultaban lo que todo el mundo sabía, que silenciaban lo pactado o abusaban de una discreción a voces.
Aquellos días la formación del nuevo gobierno causó ciertas inquietudes. Entre unos y otros. En la derecha y entre todos los matices de la izquierda.
El caso es que llegó el día del desbloqueo. O eso parecía. Que todo volvía a la normalidad. De la noche a la mañana. Así que hubo quien aventuró que aquello no era cosa de la negociación, ni de las buenas maneras, ni del entendimiento ni de los pactos ni nada que tuviera que ver con el discurso político al uso ni con la voluntad o sensatez humanas. Allí, en aquellas mesas de negociación, alguien había introducido un programa informático para hacer lo que la mente humana con toda su buena o mala voluntad de negociar, no podía hacer. Se llamaba bots, un programa que realiza tareas repetitivas, predefinidas y automatizadas. Los bots están diseñados para imitar o sustituir el accionar humano. Operan en forma automatizada, por lo que pueden trabajar mucho más rápido que una persona. Así que aquellos políticos, a falta de acuerdos consensuados de viva voz, decidieron echar mano de esta solución futurista de alta definición. Y metieron en aquella máquina todos sus intereses sin excepción, sus programas y sus deseos, sus líneas rojas y negras, sus agendas ocultas, sus desafíos. Y hasta su memoria. Con sus traiciones y revolcones. Y esperaron una solución.
Hay que aclarar que, por su condición de máquinas sin afectos, los bots trabajan al margen de las pulsiones emocionales humanas, lo que incluye los intereses políticos e ideológicos. Operan a través de algoritmos engarzados a través de una ingente cantidad de datos y ayudados por una alta capacidad de procesamiento pueden ofrecer soluciones políticas sin que sobre ellas pese duda alguna de irracionalidad puesto que la razón, como hemos dicho, en este sistema está fuera de juego. Además, los bots se sirven de un sistema de toma de decisiones autónomas en el sentido de imprevisibles por lo que cualquier maniobra política siempre estará justificada según sus reglas. Por ejemplo, que EHBildu apoye a Chivite a cambio de nada o que el PSN ceda de la noche a la mañana a las pretensiones de Geroa Bai, o que el PSN diga no a la derecha en el gobierno de Navarra y sí en el ayuntamiento de Pamplona o que Esparza quiera aliarse con el PSN mientras le hace vudú a Alzorriz. Y cosas así, tan extrañas para cualquier observador.
Quizá todo esto no lo entendemos a simple vista pero, ¿ y si ello ha sido fruto de ese procesamiento de datos y de un juego de procesos algorítmicos que funcionan por feedback? ¿Y si la nueva política, como el capitalismo de alta definición, consistiera en esto, en una transferencia de responsabilidades a los robots para superar los límites de la voluntad y la razón humanas?
Bueno, esto ocurre cada día en las bolsas y en los mercados bursátiles regidos no por brokers sino por gigantescos ordenadores operados por bots. Por eso mismo el dinero se acelera exponencialmente sin lógica ni razón alguna. Y todo funciona. Así que al tiempo.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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