A Luis Rubiales lo llamó Abascal a altas horas de la noche del 24 de agosto mientras aquel meditaba su dimisión agarrándose el escroto.
Abascal le hizo saber que los hombres de verdad –no los blandengues- no piensan con el cerebro, sino con los huevos, esos son los auténticos hombres, como él. Como él y como Rubiales, hombres que no dimiten de su hombría por un beso robado.
Y ahí, en plena noche conspiracional, se preparó la puesta en escena del machismo más soez y más bastardo. Ahí se compuso la serenata emocional de un machista sin escrúpulos que eligió la estrategia bonapartista de seguir adelante. Un tipo que, lejos de reconocer su error y su culpa ante esa Asamblea, que siempre ha funcionado como un abrevadero de cargos y prebendas, pasó al contraataque para convertirse en víctima negando a la víctima su palabra y convirtiendo al sujeto agredido en objeto agresor.
Y se vino arriba con el discurso que Abascal le había dictado la noche anterior, donde culpaba de todo lo ocurrido a Jenni Hermoso, a La Vicepresidenta Díaz, a Echenique, a la Ministra Montero y hasta el sursuncorda.
No hace falta ser un lumbreras para ver que ese discurso exculpatorio coincide punto por punto con el ideario antifeminista de la ultraderecha. Con la banalización de la violencia contra las mujeres y la oposición a la ley del “Solo sí es sí”. Rubiales quiso así ser fiel escudero de una ultraderecha que campa sin filtros en materia de racismo y violencia contra las mujeres. Lo dejó muy claro cuando dijo que “el falso feminismo es una lacra en España”
Pero fue más allá, si cabe, cuando en su delirio final y tirando de paternidad mal entendida Rubiales quiso extorsionar emocionalmente a sus hijas allí presentes. Solo él sabe si consiguió que las lágrimas de sus hijas expiaran su culpa. Como ven esto ya es de manual. De machismo pero también de paternidad patologizada.
Todo está dicho. El caso Rubiales ha movilizado al feminismo tensando las cuerdas del poder patriarcal. Ahora falta que ese poder rompa definitivamente las bisagras que lo sustentan. Pero no a costa de más Jennis, sino de la lucha diaria, la confrontación y de los avances legislativos que protejan a las mujeres y garanticen la igualdad entre hombres y mujeres.
En Salamanca una manifestación se ponía en marcha con este lema. “En el deporte el feminismo no es una opción”.
Pues eso, ni en el deporte, ni en la cultura, ni en la política, ni en la calle, ni en la Justicia, ni en los Tribunales , ni en casa, ni en la Universidad, ni en las calles oscuras ni en las plazas iluminadas, ni en el Ejército, ni en las policías autonomicas, ni en el trabajo, ni, ni, ni…
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
Comentarios
Publicar un comentario