Sí, fue un desbarre presentar esas listas. Pero aunque EH-Bildu, navaja toledana en mano, se raje el cuello pidiendo perdón por los muertos y los vivos, aunque se plante en el Congreso y se queme a lo bonzo reconociendo sus culpas, aunque asuma la responsabilidad de todas las atrocidades cometidas por la Humanidad a lo largo de los siglos, aunque jure y perjure que su crucificante cruzada está guardada bajo llave que ha tirado al mar, aunque se entreguen a la Fiscalía del Estado y soliciten la perpetua sin revisión para garantizar la salud democrática tan exigida por quienes no dudarían encender las calderas del pasado.
Aunque todo esto ocurriera, el PP y la ultraderecha política, mediática y jurídica, seguirían exigiendo más y más. Como un yonki enganchado a la desesperación. Un plus que no tiene que ver con la democracia, ni la política, la moral, la ética, la reparación, ni la expiación de lo ocurrido durante los años de sangre y plomo. Ya lo ven, Ayuso ha resucitado a ETA. Porque ETA sigue siendo el pecado que muchos condenan pero del que comen caliente cada día. Porque ETA daba y da sentido a su bastarda construcción de una ética política envenenada. Gente sin pudor que trafican con el dolor y la sangre pasada convirtiendo el Congreso y muchas instituciones en un casino apestado de ponzoña y vampirismo político. Gente de orden, se dicen, y de moral a la carta para quien el pasado es imprevisible. Gente de olvido fácil. Recuerden que el PP es hijo de Alianza Popular, fundada en 1977 por seis exministros franquistas que nunca condenaron los crímenes, aún recientes del carnicero del Ferrol. El mismo PP que usó la Fundación Miguel Ángel Blanco para desviar dinero a la trama Gürtel. Ya ven.
Ahora reclaman la ilegalización de EH Bildu pero no dudarían en empuñar cualquier cosa para desenterrar aquel tiempo de impunidad donde se sentirse únicos.
Foto: Santos Cirilo
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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