Sayas Galván y Adanero Fuhrmann eran dos sabuesos muy folletinescos curtidos en las cloacas del Estado. Tuvieron de instructor a un tal Villarojo, experto en extorsiones a cobro revertido. Su carta de presentación era directa, “no tenemos principios ni falta que nos hacen”. Con ese lema resolvieron algunos crímenes muy turbios y no pocos casos de transfuguismo político. Ambos estaban de nómina y plantilla en la agencia de detectives PPOX, famosa por cómo se las gastaban, gente a la que no le temblaban las piernas. El último caso resuelto era un crimen político cometido en la sede de Summun Maxima, una desconocida franquicia política ligada a la Internacional conspiracionista . El asesinado era un tal J. Sumarza a quien habían seccionado la yugular. Junto al charco de sangre flotaba una nota escrita a mano que decía: “la Reforma Laboral ni se compra ni se vende”. Tal cual.
Esta semana, han sido invitados al evento Pamplona Negra, que como todo el mundo sabe es una semana blanca en la que Pamplona sale del armario por la puerta de atrás, como todos los asesinos.
Sayas Galván y Adanero Fuhrmann presentaron en Baluarte su investigación sobre J. Sumarza, la cual guardaba mucha semejanza con la trama de la novela de José María Guelbenzu, “Un cadáver arrepentido”, eso decían. La razón del crimen fue claramente política, aseguraron. A J. Sumarza se le acusaba de haber traicionado a su partido. Y por eso, dos militantes de poca monta y ambiciones desmedidas, le pasaron factura a la altura del cuello. El resto, dijeron, fue muy fácil, solo bastó con tirar de la manta según aprendimos de Villarojo.
Una vez expuestos el resto de detalles de la investigación, la sala guardó un frio y contenido silencio . De repente, una voz resonó en aquella sala fundida en negro: ¡ ustedes, ustedes son los asesinos ¡ Ambos detectives se miraron inquietos, como si la trama hubiera cambiado de acera. De repente, salieron huyendo tras las bambalinas de Baluarte. Horas después por fueron detenidos por la Brigada de Inteligencia de la Policía Foral. En su defensa alegaron que aquel cadáver les debía mucho y aún estaban sin cobrar. Para rematar su defensa, Sayas Galván se refugió en una cita de Cioran: «¿Es imaginable un ciudadano que no posea un alma de asesino?»
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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