Una banda armada que sortea pasar una noche con una prostituta, no es una banda armada, es una banda de puteros. Vale, si esto escuece lo dejaremos en prostituidores, más amable.
Esa banda armada va de ejemplar por la vida, de misión en misión y todo eso. Pero de cuarteles adentro son lo que son. No todos, claro, ni siquiera una mayoría, pero enturbian esa institución empeñada en limpiar su imagen a golpe de oscurantismo. Como hace la Ministra Robles, quien opina que la cosa ha sido privada, al margen de ese ejército español que defiende la tolerancia cero en materia de abuso o agresión sexual. Será en teoría, claro. Solo hay que acordarse del caso de Zaida Cantera, la comandante abusada por un superior en 2017. Pero es que el propio Observatorio de Vida Militar afirma que, en 2021 se detectaron 46 víctimas de acoso sexual dentro del ejército español, es decir, 19 más que en 2020, es decir un 70% más. Pero es que además, ese año hubo 143 sentencias condenatorias por parte de los Tribunales Militares, de ellas, 14 estuvieron relacionadas con casos de abuso de autoridad que acabaron en actos de abuso y acoso sexual. Y por seguir cuestionando ese buenismo militar. En 2021 el Supremo confirmó la pena de seis meses prisión a dos alumnos de una escuela militar que, en un grupo de Whatsapp de 40 personas, escribieron mensajes vejatorios de carácter sexual contra una compañera, a la que calificaron de «zorra» y plantearon violar «en plan manada».
Ya ven que la “cultura de la violación”, esa frase que rechina y escuece como cuando te arrancas una postilla, es arte y parte de nuestra cotidianidad. Pero con esa frase hay gente que se enjuaga a diario la boca para lanzar escupitajos a la Ministra de Igualdad. Por cierto, a algunos dirigentes políticos que ayer se manifestaron en Pamplona en defensa de la Guardia Civil, aún les olía la boca.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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