Cuando la policía guay, esa que ha renovado su estética y puesta en escena, va de artista por la vida pasa esto. Que uno ve esta exposición (se celebró del 6 al 18 de junio en Palacio Condestablede Pamplona) y pareciera que detrás hay un intento reivindicativo del Estado penal y sus dispositivos securitarios.
Cuando la policía cree que su trabajo -que pareciera que no es otro que el control social punitivo-, es arte y alguien lo acaba convirtiendo en una exposición fotográfica, como si de Salgado se tratara, algo muy grave está ocurriendo en nuestras cabezas. O en las cabezas de los responsables de Interior, policías y de quienes dan el permiso para que esto funcione como un evento plástico. Y más aún, cuando esto se expone como si fuera un bodegón policial que se exhibe como fogonazos propios de hazañas bélicas, solo cabe esperar que las víctimas de estas fotos no hayan perdido su presunción de inocencia. No sé, pensaba que la seguridad ciudadana tenía en su genética el reclamo de los derechos ciudadanos. Pero no, resulta que a través de estas fotografías, nos damos cuenta que la presencia de la policía acaba devolviendo a cada uno a su lugar social proporcionándonos el sucedáneo de la seguridad. Eso sí, con toques artísticos.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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