Tal día como ayer de hace 40 años se inauguraron los Golem. Era 1982 y aquella ciudad ochentera todavía vivía en el centro. Así que los Golem vinieron a inaugurar el “Tercer Ensanche” y con ello a descentralizar la ciudad hacia los márgenes, donde la vida deja de ser pura ficción. Hacia ese salvaje oeste que esta banda de forajidos del celuloide conquistaron a golpe de sueños y ensueños. Y allí levantaron el principio de la modernidad de Pamplona. Que igual es mucho decir, pero como en esta ciudad nos van los excesos, ahí lo dejo. Y claro, cumplir años obliga a volver a ese lugar doloroso llamado memoria. Aunque seas de esos que piensa que es mejor adherirse apasionadamente al paso del tiempo que maldecirlo. Lo que no quita para que te vengan cosas a la cabeza, gente que ya no está o ese tiempo que se va como cuando te viene una asfixia extraña. Y pelis que has visto aquí y que cuando sales del cine sientes que la grandeza del mundo no tiene por qué ser pasajera. Esa grandeza la sentí en “Tasio” de Montxo Armendáriz. Porque en los 80 todos quisimos ser supervivientes. O en “La Vida es bella”, de Roberto Benigni, que entré retorcido de tristeza y salí con una sonrisa de oreja a oreja, o con “La pelota vasca”, una peli que abrió en canal muchas conciencias. Porque Medem quiso ir al centro del laberinto, a ese lugar donde la presión del silencio era tan fuerte que solo quedaba una salida. Recuerdo esa película como uno de los mejores regalos que Golem ha hecho a la ciudadanía. Porque sus resplandores épicos iluminaron un país que había perdido la esperanza.
Por eso hay que devolver el favor. Y volver al cine. Porque, como dice Rodrigo Fresán, las verdaderas y mejores historias les suceden solo a aquellos que saben contarlas como se merecen. Y sí, la vida se habrá vuelto un disparate, pero los Golem la hacen un poco más llevadera. Zorionak.
A pie de obra 16 mayo 2022
The King’s Man: La primera misión. Imagen: 20th Century Studios.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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