Últimamente tengo problemas con la conjugación de los tiempos verbales. De tanto vivir el presente por prescripción facultativa, se me está olvidando el pasado y no digamos ya el futuro. Casi no lo uso. El otro día me dijeron que entrara en la página de la Institución Futuro, que ahí podían echarme una mano. Que esa gente lo maneja bien, el perfecto y el imperfecto. De hecho, de eso viven. Así que entré y nada más entrar leí que era una entidad privada en forma de think tank, (antes se decía grupo de presión) “que promueve un mejor futuro para la sociedad navarra”. Seguí leyendo por si tropezaba con alguna pista más pero me encontré con que Isabel Díaz Ayuso, la Emperatriz de las Terrazas, venía a Pamplona para reinventar el futuro. Así que me fui al Hotel Tres Reyes. Joder, allí no estaba el futuro, allí estaba todo el pasado foral. Y además el imperfecto: Del Burgo, Adanarero, Sayas, Ana Beltrán, Salanueva, Aracama, Maya y muchas más caras del viejo régimen. También estaba el socialista Lizarbe, que ap0rtaba una patética cuota de transversalidad al evento. Recordó Ayuso que este año se cumple el 40º aniversario del régimen foral. Aquello sonaba a pasado irredento así que se pasó al presente: “el gasto público se ha ido de madre, abogo por la austeridad y apretarnos el cinturón”. Me acordé entonces de su hermano, el comisionista que se levantó casi 300.000 euros traficando con mascarillas para asegurarse el futuro. Y luego ya sí, se vino arriba con la grada eufórica: “el capital es libre y se irá donde se sienta bien tratado” . Toma futuro. A esa hora miles, de empleadas de hogar sin libertad de elección esperaban ser bien tratadas. Aunque solo fuera para cobrar el paro cuando muchos de los asistentes a esta fiesta del neoliberalismo salvaje las despiden sin contemplaciones.
Ya en casa, me puse “No Future”, de los Sex Pistols. Para digerir todo aquello.
A pie de obra 11 de abril 2022
Foto: Iñigo Alzugaray
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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