A ti Jusapol, con identificación 567L4TR4W. Me dirijo con miedo, a sabiendas que registrarás mi nombre entre los agresores que ahora atentan contra tu seguridad. Ibas en la manifestación contra la reforma de la Ley Mordaza celebrada en la ciudad-Estado de Madrid. Alegas en tu descargo neutralidad profesional pero a tu lado iba un voxfascista declarado, un tipo empeñado en borrar cualquier vestigio de memoria histórica que no sea la suya. También vi a un tal Casado, un tipo capaz de gritar: “ todo el partido con los policías” pero incapaz de gritar: “todo el partido con los trabajadores”. Te acompañaba también un ejército de neofascistas cuyo sueldo y uniforme se paga con el esfuerzo de los obreros que semanas atrás reprimisteis con saña en Cádiz. Y me pregunto, qué coño tienes en los pliegues de tu cerebro cuando el otro día te vi apalear, también en Cádiz, a un hombre de 70 años indefenso que solo pedía trabajo para sus hijos, como harías tu, supongo. Y me pregunto si son estos los delincuentes de los que te quieres proteger, estos cuya peligrosidad se apellida desempleo, paro, pobreza y la mierda de vida que llevan . Por cierto, no se si sabrás, pero allí mismo, en Cádiz, un compañero tuyo lanzaba pelotas de goma rotuladas con la palabra: España. ¡No me jodas Jusapol¡ No me digas que ahora la Ley Mordaza ha cambiado de bando y de víctimas. Esa ley que hoy te permite cachearme preventivamente y hacerme pasar seis horas en comisaria por no enseñarte el DNI mientras tu me grabas pero yo no puedo grabarte a ti; me trates como me trates. Porque lo que tu digas va a misa. Y me dices que si se derogan partes de esta ley no podrás utilizar tu armamento “de protección” frente a un aumento de inseguridad ciudadana. Eso suena a democracia desregulada. Sabes que te digo Jusapol, que la hipocresía es la parte más cutre del cinismo.
Foto: Chris Steele-Perkins/Magnum/
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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