El otro día me pasé por el SEPE, esa oficina que se vende como servicio público de empleo cuando solo dos de cada 100 demandantes encuentran curro allí. Un repartidor de Glovo que esperaba allí me dijo que tenía que haber pedido cita previa. Él la había conseguido tras pelearse una semana con la página web del SEPE que le pedía certificado digital o cl@ve o DNI electrónico. Como no tenía ninguna de esas aplicaciones, solo pudo acceder a una cita tras veinte llamadas telefónicas. Mientras el repartidor me informaba, dentro de la oficina se produjo un incidente. Algunas personas protestaban ante un mostrador pues llevaban un retraso considerable en el cobro de sus prestaciones debido, según decían, a la falta de personal. Oí que esto afectaba ya a 15.000 trabajadores y demandantes de todo tipo de prestaciones que verían como el mes y las navidades se volvían negras. Mientras, una mujer que estaba en la cola, dijo que eso no era nada, que ella tuvo que desplazarse hasta Arnedo para gestionar su próxima jubilación pues en las oficinas de Navarra ya no había citas disponibles. Aquello se animaba. Otra mujer expuso en aquella espontánea asamblea de parados que había solicitado el Ingreso Mínimo Vital tras haber pagado a una asesoría 70 euros por la tramitación de dicha prestación. Nos dijo que era imposible comprender y realizar todas y cada una de las órdenes y operaciones que requería la página del Ministerio. Le pregunté, si al final, lo había conseguido. Dijo que no. Porque su perra vida no cabía en ningún impreso. Cuando cumplía un requisito, incumplía otro.
Llegué a casa sin cita. Aquello no era una brecha digital. Era peor. Sin darnos cuenta, las tecnologías de la gestión de la pobreza y la precariedad están haciendo el trabajo sucio del neoliberalismo más salvaje. Porque la justicia social se ha sustituido por la automatización de la desigualdad.
Noticias de Navarra 22 noviembre 2021
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
Comentarios
Publicar un comentario