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Noche en vela


 

                                                              Foto: Martin Parr


Se lo leí a Juan Tallón. Venía a decir que, a veces la columna periodística es tu salvavidas diario. Tenía razón porque  cualquiera necesita que lo rescaten a diario. Uno a veces  lo compensa con la bebida, otras con lecturas compulsivas de prospectos sobre ansiolíticos y barbitúricos  o la ingesta abusiva de pizzas mezcladas con películas Kate Winslet. Sin parar. El otro día me pregunté por qué hacía esto y me dije que había que tener algo de fe, que no era cuestión de acabar así. Que hay que creer que las cosas pueden mejorar si nos restamos a nosotros mismos de la ecuación. Si dejamos de ponernos en medio para medir las dimensiones del mundo. O de cualquier otra cosa. Y me percaté, días después, que no era el único que se fugaba del mundo tirándose por el hueco negro de  la realidad. Ocurrió mientras me tomaba un Martini en la terraza del Gure Etxea. Me fijé que una chica leía apasionadamente, lo deduje porque tomaba notas con una furia serena. Se trataba de una novela cuyo título era: “Mi año de descanso y relajación” de Ottessa Moshfegh. Si allí, en esa terraza soleada había pasión, yo quería comprarla de inmediato.  Me fui a la librería Walden y lo compré. Esa noche lo leí de tirón en compañía de una joven pija neoyorquina que decide pasar un año encerrada en su apartamento enganchada a narcóticos, sedantes, ansiolíticos y terapias como forma de rebelión contra la vanidad y la mediocridad del mundo. Cuando terminé, exhausto y colocado, me dio por pensar que, sin tanta chorrada
literaria, mucha gente vive así. Gente de que 
cierra los ojos, las ventanas y cruza los dedos esperando un milagro. Pero no pasa nada. Entonces se corta la venas mientras ve Sálvame. 

Pero vamos a mejor, dicen. Así que no entiendo lo de caminar por la acera del desconsuelo. Lo noto en la política amable y plana de esta comunidad, en los discursos anodinos y entreguistas, las ganas de farra, en la economía al alza según Laboral Kutxa, en las ganas  de San Fermín por vena y en  mi comunidad de vecinos donde se ha convocado una txistorrada popular para que el viejo mundo pueda ser traído de regreso a la vida. 

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