Foto: Carl De Keyzer |
Ahora mismo su intimidad viaja en un contenedor. En uno de esos inteligentes que se abren con tarjeta y que la Mancomunidad ha puesto en marcha para reciclar la basura y convertida en compost y gas renovable. Como lo oyen. Parece ciencia ficción pero no. Sus secretos, infidelidades, pecados, veniales y mortales, sus odios y contradicciones, infracciones, pleitos, amores perros, hipotecas, emociones, adicciones y hasta la última borrachera viaja en una bolsa de desechos. Tal cual. Eso es lo que piensan algunos alcaldes de Navarra Suma quienes creen que esto supone una intromisión en la libertad de las personas. Algo parecido decía una tal Ayuso para quien la libertad empezaba en la barra del bar y terminaba en las terrazas. Pero algunos de nuestros alcaldes son más escatológicos. Para ellos la libertad empieza y acaba en una bolsa de basura. O más, toda la privacidad de uno, sin contar los restos de cigalas, puede caber en un contenedor. No niego que como argumento literario, el cual prometo explotar, esté mal, pero como reflexión política debiera pasar por el centro de tratamiento de Góngora.
Verán, ahora mismo usted puede abrir Internet y conseguir un informe completo de su vecino, averiguar cuánto gana, dónde trabaja y si está al día con Hacienda o con el banco. No sé, todos tenemos prejuicios, aunque nos empeñemos en negarlos; pero esa es la privacidad que a mí me preocupa. Y la que nos jugamos con las ciudades llenas de cámaras que nos pillan desprevenidos, la vigilancia en móviles, redes sociales y aplicaciones que monitorizan nuestras vidas cada vez más líquidas e incapaces de generar un contrapoder. Pero ya ven, en medio de todo esto algunos políticos se agarran a una bolsa de basura para imponer la libertad cayetana, esa que se respira de Carlos III parriba. Y es que ahora mola ir de subversivos abanderando desperdicios. Como ven se puede hacer humor sobre cualquier cosa.
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