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Memoria o banalización



Pasé por aquí y vi gente que se hacía selfies encaramada en esta barcaza que había transportado muertos que buscaban la Tierra Prometida huyendo del hambre o de la guerra. Así, sin puntos ni comas, de seguido. Me fijé que esta patera se había varado frente a un banco que recién había hecho un ERE bestial contra miles de sus empleadas. Esa patera estaba encallada sobre las alcantarillas por donde circulaban millones de euros al día. En plena milla de oro de Iruña. ¿Quizás queriendo tensar al Capital?
Aquello me dio que pensar. No dudo –en principio- que quien ha tenido la idea de conmocionarnos con esta presencia visual, lo ha hecho de buena fe. Como si necesitáramos un aleccionamiento moral sobre la degradación capitalista, la desigualdad y el racismo. Pero tengo mis dudas sobre el efecto. Cuando vi a la gente subida en la patera haciéndose fotos sobre lo que un día fue un ataúd pensé que esa tragedia se había desmaterializado, se había banalizado, como el mal que ya anunciara Hannah Arendt para describir cómo un sistema de poder puede trivializar el exterminio cuando media la burocracia de por medio.
Vi esa patera no como un monumento al racismo, sino como un contramonumento que lo desmaterializa, que lo vacía de contenido debido a la exposición “turística” de la mirada aséptica, e indolente, pese a los paneles que la acompañan.
Clemente Bernad reflexiona en una interesante entrevista sobre esto https://www.elsaltodiario.com/.../entrevista-clemente...:, Bernad habla sobre los lugares de memoria y lugares de humillación y dice que “abaratar el discurso significa recurrir constantemente a estereotipos, a soluciones fáciles y reconocibles, a patrones que hacen que el consumo de determinadas imágenes sea rápido e indoloro”.
No dudo que esta patera haya venido hasta aquí para tensar nuestra ética y estrangular nuestra comodidad, para cuestionar nuestros planteamientos y remover los sentimientos. No, pero yo hubiera elegido otra manera, otro espacio y otro material que dignificara la memoria. Porque se corre el riesgo de banalizar la indignidad.

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