Y de repente se me escapó una lágrima. Como cuando sabes que algo se agota sin remedio. Entonces encontré un verso de Walter Benjamin con el que quise secarla. Él solía citarlo a menudo. Entonces releí ese verso y encontré la clave de bóveda que sostenía sus pasiones. Estaban ahí y lo imaginé incansable, construyendo un tiempo que rueda despacio y ausente de furia. Y se hizo el silencio. Y ahí estaba la vida vivida a todo volumen como habitando un monasterio vacío que un día le oyera decir a Leila Guerriero. Porque él, había conjugado, como ese excelente docente que era, sujeto, verbo y predicado con la misma intensidad que Homero había escrito su Odisea, por donde, por cierto, él solía navegar esas noches donde la soledad es un desierto sin paliativos. En este verso de Benjamin, reposa el alma de un hombre imprescindible para esta ciudad y que desde ayer es un poco más huérfana:“ El nuevo sol es mi pensamiento sin fin y mis pensamientos son los rayos virando hacia la tierra, donde se esparcen en el más misterioso de los anillos”
Aitor Etxarterentzat, pentsamenduaren borroka handiei inoiz uko egin ez zien gizon jakintsua
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