Dicen que mató a su hija. Dicen. La Justicia lo ratificó. Ratificó. Con pruebas. Pruebas. Y ella lo negó. Negó. Nadie sabe que extraña nube negra envolvió ese cerebro, quizás enfermo. Solo ella. Ella. Y su soledad como un pálido fuego. Como un susurro de Nabokov. Nadie, ni siquiera ella, sabía que un día acabaría sabiéndose de memoria, cada página, cada línea, cada letra de “La anatomía de la melancolía”, de Robert Burton.
Me hubiera gustado estar presente en esos sus diez segundos finales. Los que median entre acordonarse la soga, la cuerda, o lo que fuera y dejarse caer en ese vacío que te transporta a una galaxia infinita de luz blanca y amarga. Y sentir. Sentir ese ruido opaco que te aleja del presente, ya. Como un chasquido de liberación en la despiadada noche. Nadie sabrá, nunca. Nunca.
Dicen, dicen, que un suicida accede a un segundo definitivo de lucidez mental. Y que en ese segundo se fragua a la inapelable idea que nada definitivo volverá a ocurrir, salvo, una idea concéntrica: para qué continuar con todo esto.
Un suicida nos asusta, asusta. Porque no le tiene miedo a la muerte, sino a la vida.
Esa madre quizás recordó en ese instante final en que la cuerda cortó su respiración definitiva a su hija. Su hija. Entonces quizás sintió que sus lágrimas se descongelaron en un prolongado y definitivo suspiro.
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
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