“ Si tu casa está en llamas y el techo se desploma, los reflejos pueden salvarte la vida. Si un tipo duro te lanza un encendedor y lo agarras al vuelo, puedes acabar casada con un imbécil. Pero si sales de este pueblo de mierda y te pones a leer un poco, algún día los reflejos pueden servirte para desentrañar el orden de la cultura contemporánea “
Así habla Susan Sontag. Y aquí se condensa su vida. En estas 703 páginas de una sublime intensidad que te enganchan como un tobogán enloquecido. 703 páginas que te empujan hacia el centro de la tierra como una fuerza invisible. Que te atrapan porque delante no solo hay una mujer que aspiró a concentrar en su vida los años más fascinantes del siglo XX, sino un personaje que vivió y actuó para hacer real la máxima de Chéjov: "No hay nada más terrible, insultante y deprimente que la banalidad".
Estas paginas, de una prosa y perspicacia impresionantes, te ayudan a descubrir a uno de los personajes más icónicos del siglo XX. Quizás el más de lo más. Un personaje desbocado que adquirió sentido no por lo que hizo, sino por lo que, según ella misma dijo, dejó de hacer.
Leer esta biografía es como engordar diez kilos en un día. Porque la vida de esta mujer -que nunca reconoció su lesbianismo, pese a las múltiples amantes que tuvo, la ultima Annie Leibovitz quien la fotografió por ultima vez en su lecho de muerte- es un atracón intelectual, algo actualmente en descrédito.
Susan Sontag fue una marca y ella misma convivió con dos personalidades, Susan por un lado y Sontag por otro. Nunca pudo juntarlas, porque siempre hubo un cortocircuito, entre el deseo y la realidad, entre su cuerpo, al que invisibilizó y anuló de manera permanente, y su mente prodigiosa y absolutamente desbocada en busca de más y más experiencias y sabiduría. Y es que para SS la escritura solo merecía la pena si se hacía desde los bordes del abismo
Leer esta biografía en tiempos tan débiles y tan duros, reproduce el campo de nuestras metáforas, esas que SS supo construir como nadie.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
Comentarios
Publicar un comentario