Le habían dicho que podía pedir una ayuda nueva que había salido, el Ingreso Mínimo Vital. Se lo había comentado un amigo que trabajaba en la Volkswagen. Txus tenía 60 años, esa edad resbaladiza en la que la vida comienza a seguirse por el por espejo retrovisor. Por si acaso. Esa edad en que se disuelven como azúcar la mayoría de planes sin cumplir. Txus llevaba en paro intermitente desde 2008. Acumulaba veinte contratos de mierda; en la construcción, hostelería y limpiezas. Txus era eso que llamamos un precariado que vivía agarrado a su mala estrella. Me preguntó qué era eso del “mínimo vital”. Se lo expliqué a grandes rasgos minimizando lo que los políticos decían: que si “protegerá a millones de hogares”, que “permitirá no dejar a nadie atrás”, o que “sacará de la pobreza extrema a más de un millón de personas”. Le dije que debía solicitarlo a través de la pagina WWW de la Seguridad Social pues las ventanillas en la administración habían desaparecido con una lucidez vertiginosa. Pero Txus no tenía ordenador. Le ayudé y me metí en la página. Pero aquello era un atolladero. No pude hacer nada. Pensé en todos esos colectivos castigados por ese eufemismo llamado “brecha digital”. Más tarde me enteré que había intermediarios sin escrúpulos que se ofrecían para rellenar esta solicitud por 60€. Y más tarde me enteré que de las más de 700.000 solicitudes realizadas, solamente han sido aprobadas 80.000. Una cifra trampa. Porque, de las 80.000 solicitudes, 74.000 han sido otorgadas de oficio a familias que recibían la prestación por hijo a cargo. Es decir, solamente alrededor de 6.000 solicitudes de las más de 700.000 presentadas han sido aprobadas. Menos del 1% del total presentadas. A Txus lo ha llamado hoy una ETT para un nuevo contrato de tres horas durante dos días. Me llama y me dice: ¿Tu crees imaginable un ciudadano que no posea un alma de asesino?
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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