No hay excusa que justifique este despropósito. Aunque culpables e intachables busquen la paja en ojo ajeno. Estamos ante un atentado cultural propio de una política venal e irresponsable. Y paga la ciudadanía de Barañain. Y muchas más. Pero esta pandemia lo tapa todo y los hipócritas se refugian en su soberbia.
El Auditorio de Barañain se puso en marcha en 2003 tras una agonía de trámites y forcejeos. Desde entonces este espacio que quiso ser referencia cultural de Navarra, no ha levantado cabeza. Ya desde el principio quiso escribir su epitafio. Y es que una vez construido se mantuvo cerrado durante ocho años. Se dijo que no había financiación. Quizás. Pero desde entonces los problemas de titularidad, gestión, financiación, dirección y también laborales, internos y externos lo han convertido en un monstruo amable que se levanta cada mañana para confirmar su defunción.
El Auditorio hoy es gestionado por una Fundación cuya presidencia ostenta Navarra Suma. Lo dirige un patronato integrado solo por políticos. Ya en 2017, un informe de Comptos apuntó "constantes tensiones y debilidades de control interno en tesorería e irregularidades en contratos o facturación".
En marzo de 2019, vista su irremediable decadencia económica se decidió abordar su futuro. Casi todos los grupos políticos apostaban por la municipalización de este espacio. Que fuera el propio ayuntamiento quien lo gestionara y no solo pusiera la pasta. Y no poca para ninguna rentabilidad. Pero todo dios se llama andana.
Sin programación propia, este espacio va camino del matadero. A Navarra Suma le toca mover ficha, al Gobierno de Navarra apoyar y facilitar soluciones y a la oposición barañaindarra cuestionar la inoperancia de quien gobierna, ¿a qué esperáis?
Preguntarle a Groucho Marx: “el secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, está hecho”
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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