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¿Y si no hay Sanfermines?




El confinamiento ha consumado la devastación de la fiesta y la demolición del ocio callejero. Así que puestos a ir más allá, ¿quién no está pensando en la posibilidad de que no se celebren los Sanfermines del 2020 ?. Lo piensa mi vecino que me lo comentó el otro día como una eyaculación de la ansiedad, lo piensa mi jefa, y mi hermano que vive en Barcelona, me lo preguntó aseverando que sí, que si Valencia había caído, el frente norte no iba a ser menos, lo preguntan mis sobrinas, tan sanfermineras ellas y hasta en un grupo de whatsapps muy sanferminero, se lo piensa. Pero nadie se atreve a conciliar la hipótesis con la previsible realidad. Y nadie se atreve a dar el paso, ni palante, ni patrás. El alcalde Maya dijo el otro día que “habrá Sanfermines este año, pero vamos a ver cuando”. Claro, lo dijo el 23 de marzo. Así que el 28 de marzo, alguien tenía las cosas un poco más claras, don Javier Taberna, Presidente de la Cámara de Comercio, dijo: “No veo en absoluto factible que los Sanfermines se celebren en julio”. Ambos dejaban abierta la puerta a que estas fiestas sin igual, se celebren más tarde. Pero si no se celebran, ¿qué pasa, qué nos pasa como ciudad, cómo colectividad, qué ocurre en nuestros mundos simbólicos y relacionales? Sé que plantear esta sospecha te sitúa como un francotirador del pesimismo. Como un apátrida de la fiesta, como un violador de las fantasías de la ciudad y de su historia. Nada hay, se dice, nada como los Sanfermines, ese espacio falsamente transversalizado en el que nos conjuramos en torno a la salud y la enfermedad, en la vida y en la muerte, en las alegrías y en las penas, nada. Y sin embargo, quizás, solo quizás, este año tengan que esperar o quizás huir. Pero si así fuera, por qué no repensar de una vez los modelos festivos. Y hasta el sentido último de la fiesta. Hace tiempo que los Sanfermines fueron fagocitados por el neoliberalismo más canalla en su faceta comercial y simbólica. Si la obligación nos hace parar, quizás sea el momento de pensarlos o de repensarlos de manera distinta.
Ahora que la vida nos pone ante las cuerdas, ahora que todas nuestras seguridades se diluyen en medio de un virus, que nuestras prioridades descansan, quizás sea el momento de replantearnos nuestras necesidades. Y la fiesta es una de ellas. Así que quizás haya que darle una vuelta de tuerca para hacerla más amable, vital, solidaria, común, cercana, vivible, sentida y, sobre todo, más que nunca solidaria y transversal.
21 día de Estado de Alarma

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